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sábado, 28 de septiembre de 2013

Carola Brantome y el encuentro de talleres literarios de los distritos

por Milena Bertolino

Fotografías de Micaela Pertuzzo.


Son las cinco de la tarde de un viernes nublado. Está por empezar una de las actividades del XXI Festival Internacional de Poesía de Rosario. Se trata de la reunión, en la biblioteca Estrada, de los talleres literarios desarrollados en los centros municipales de distrito de la ciudad. Es una reunión especial porque compartiendo la tarde con los talleristas estará Carola Brantome, poeta nicaragüense invitada al festival; además habrá un recital a cargo de la cantante rosarina Irene Cervera.

Ahora Irene se encuentra con su grupo probando sonido. Las sillas del público aún algo vacías, se irán ocupando al pasar un rato. Se acercarán señoras de arreglados cabellos - algunas de más de sesenta,  alguna de más de setenta también-, unas personas más de mediana edad, una joven.  Ronda por el aire algún comentario sobre el incómodo diseño  de la programación del Festival.  Carola Brantome, mientras, charla con los coordinadores de los talleres y toma café.  “El café ahí es obligatorio, yo paso bebiendo café todo el día” dirá más tarde entre risas cuando aclare que ése es su segundo café del día, pero que ella en Metagalpa –zona cafetera de Nicaragua donde vive– acostumbra  tomar cinco tazas en un día. 


Comienza. “Queremos empezar a caminar de otra manera que es mirándonos un poco más” dice Federico Tinivella, director de Cultura y Educación del Distrito Oeste, en relación con las metas propuestas para el trabajo con los talleres de los distritos en el próximo tiempo. Habla de promover más encuentros como  éste e invita a público presente al festejo del cincuenta aniversario de la Estrada dentro de dos días, donde también habrá lectura de los talleristas.

Carola Brantome, sentada en la mesa  junto a Federico Tinivella, dice estar - y así se muestra- muy a gusto en este encuentro en la biblioteca de barrio Echesortu. “Debiéramos de andar así los poetas, vas a este barrio, vas a este otro.” “A mí no me gusta que me metan en un hotel”, comienza diciendo. Es la primera vez que Carola está en Rosario y exhibe una actitud atenta hacia el paisaje de la ciudad que la va rodeando. Al llegar se la vio, por ejemplo, parada con su pequeña figura frente al  gran edificio bordó de la biblioteca, tomar desde la esquina fotos a uno y otro lado.

Carola recorre esta tarde “poemas audibles” –así les llama– de sus cuatro libros: Más serio que un semáforo (1995),  Marea convocada (1999), Si yo fuera una organillera (2003), Postales en ciudades de arena (2011) y de su reciente fanzine La vida en un tweet. Pero además de leer sus textos, se muestra interesada en compartir con sus oyentes la visión que tiene sobre los talleres literarios y el lugar que éstos ocupan actualmente en su país. “El taller lo que hace es juntarte, darle comunidad a tu trabajo.” ”Necesitas leer, compartir lecturas.” “El taller te ayuda, te fortalece, te orienta.” ”Ayuda a perder esa soberbia que podemos tener sobre el texto escrito.”  En relación con Nicaragua, dice que allá  actualmente “no tiene el prestigio que tiene acá el tallerismo” y agrega que el auge de los talleres en su país fue en los años 80, durante la revolución sandinista.

Carola conversa luego sobre la tarea de escribir. Busca mostrar lo que para ella es el revés de la trama de una escritura literaria. El proceso que en un taller deja de ser privado para pasar a ser objeto de discusión; y,  el texto, espacio de corrección y ajuste. “Yo tengo una motivación”, dice, y a continuación agrega que lejos de ser algo excepcional esa motivación “es la misma que tienen los señores para recoger naranjas, para cultivar café.” Pero enfatiza,”es un trabajo, no es solamente que te motive algo.” “Es mentira que el poeta es alguien extraordinario, es alguien que tiene un trabajo y que hace un oficio.” A partir de su experiencia personal Carola acercará también consejos a los talleristas que inician una relación con la escritura. “Escriban. Y cuando no escriban, lean. Y cuando no lean ni escriban, vivan.” “Prueben estilos, hoy voy a escribir grandilocuente, hoy voy a escribir sencillito.”

Las palabras de Carola interpelan a los oyentes que con sus singulares recorridos, muestran variadas inquietudes: “¿Cómo llegan los intelectuales a las clases populares?” pregunta una mujer  de unos sesenta años que dice hay un prejuicio acerca de que a la gente de barrio “no nos gusta la buena literatura, ni la buena música”. Otra señora, de unos setenta años, pide a Carola un poema suyo para enviarle a su nieta que está empezando a leer. Un hombre de unos sesenta pregunta por la realidad cultural nicaragüense, sobre la que dice sentirse lejano y desinformado después de la revolución sandinista. Otro hombre, rondando los treinta, locutor de un programa de radio en el que a veces lee poesía, se preocupa y pregunta por las posibilidades de publicación de alguien que comienza a escribir.

Con estos intercambios se va cerrando la charla y los músicos se preparan para tocar. El público conversa un poco mientras espera. A pasitos cortos y arrastrados empuja la puerta de vidrio del salón una pareja viejitos  que avanza  y,  abriéndose paso entre sillas, se acomoda para escuchar la música. Carola también conversa y, sin  abandonar su costumbre centroamericana, toma el -algo retrasado- tercer café del día.





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